lunes, 22 de noviembre de 2010

El libro de viaje

El escrito de viajes en Claudio Magris;
“El Danubio”.


1.- Zenón nos demostró por medio de sus paradojas que el movimiento es imposible y sin embargo existe, tal parece que su intención era hablar de la imposibilidad del movimiento o de lo absurdo que resulta cuestionarnos esa imposibilidad; el movimiento existe, aunque la tortuga de Zenón nos demuestre lo contrario.
El ser humano es nómada por naturaleza, siguiendo los ciclos agrícolas se movía el hombre, o simplemente caminaba sobre la línea del litoral por que eso es lo que siempre había hecho, caminar, el hombre nació viajando y se hizo viajando, ese instinto es mucho más antiguo que el artificio sedentario y que cualquier sentido de permanencia, es una condición necesaria para la supervivencia. Todo lo demás vino después, el nómada no tiene un hogar a donde regresar, sólo un destino en constante cambio, desde los más antiguos datos de la humanidad existe la consciencia del viaje, viajes imaginarios, viajes reales o viajes interiores, pero todos ellos tienen un común denominador, el deseo de conocimiento de cosas distintas y distantes, pero siempre con una mezcla de temor y deseo, temor de lo desconocido y atracción al mismo tiempo, sin embargo lo que nos hace humanos es esa sed de conocimiento, así como Prometeo que robó el fuego a los dioses.
Pero el deseo de conocimiento es una forma muy pobre de definir el viaje, no es posible encuadrarlo una definición precisa, el mero desplazamiento no es un viaje, se necesita más; el viaje siempre tuvo una finalidad, un adjetivo calificativo que le acompañaba, mucho más importante que el mero acto de viajar, por ejemplo viajes de descubrimiento, como todos aquellos llevados a cabo a raíz del desarrollo de la cartografía y la navegación, donde la última finalidad era descubrir nuevas tierras no perfiladas en los mapas.
Han habido viajes de exploración, de conocimiento, naturalistas, expediciones militares o científicas, comerciales, o propiamente coloniales, como por ejemplo la empresa llevada a cabo por Francia en Argelia, fruto de la necesidad de dar auge y fama internacional a una Francia de la Restauración, existen viajes de búsqueda de lo exótico, como reacción a una sociedad que se rechaza, como por ejemplo los de Chauteaubriand o Nerval.
El viaje épico es el primer encuentro de la literatura con el viaje, héroes exiliados, que deben luchar para alcanzar su destino, dejando su universo de Ciudad-Estado, para enfrentarse a un viaje que queda a merced del capricho de los dioses, para los cuales la afrenta que representa la odisea es suficiente para que intervengan con su brazo divino. El viaje épico es retomado en las novelas de caballería, el caballero medieval que entiende que su destino es buscar, aunque tal vez no percibe que lo más importante no será el alcanzar el objetivo sino todo lo que atravesará.
Una vital diferencia entre un héroe épico y un caballero medieval es que el viaje del héroe épico es una huida y el del caballero medieval es una búsqueda. El héroe huye de su destino, el caballero lo busca, el viajero épico huye de su destino y vuelve a asa, el caballero subsiste por la lucha de un ideal, sea una dama o la búsqueda del Grial
Los motivos de los viajes son muchos y muy variados. A veces se va hacia lo desconocido como lo hizo Marco Polo, quien, literalmente, viajó a otro mundo. El imperio de Sin era tan distante, tan exótico, tan diferente que su viaje se distendió más allá de cualquier realidad posible. A veces se sabe un poco sobre lo que está más allá, sobre todo por que el mundo ya no es tan grande como lo era para Marco Polo; aun así, para algunos está lleno de aventura, pues guarda secretos para ser descubiertos. Hemingway es el último heredero de la tradición de expedicionarios, de aquellos hombres que trazaron los mapas del siglo XIX adentrándose en el África desconocida.
Es la acción de la escritura, que quedó inaugurada con un cuerpo coherente como tal por Herodoto, del dejar constancia de los nuevos conocimientos aportados por el viaje al viajero, una de las características que van unidas a la propia acción de viajar, todo viaje tiene un punto de referencia, se el lugar de donde se parte, sean las personas a las que se va a dejar constancia de sus descubrimientos, impresiones, sensaciones
La relación de la literatura con el viaje parece casi natural, Rimbaud, por ejemplo, no podía permanecer en casa y mientras fue el enfant terrible de la literatura, recorrió a pié tantos caminos que las suelas de sus zapatos se gastaron, y se irritó su estómago por el constante roce con las costillas, incluso después de que dejó de escribir siguió viajando, tal vez comprendió que el escritor que escribe poemas no es un poeta, para serlo se necesita vivir una vida poética.



2.-Grand Tour
La clase burguesa lanzó a su juventud a aprender a través del viaje. La última y más importante etapa de la educación consistía en recorrer a pie el centro cultural del mundo, de París a Roma, de Londres a Venecia. Pocos se aventuraron allende el mar, como Humboldt. Aún así, este viaje casi siempre pagado por un padre con títulos de nobleza, era algo más que la frívola imagen de un joven Robespiere o un joven Byron contemplando los Alpes. A este viaje se le llamó Grand Tour, el gran viaje, el del conocimiento, el viaje definitivo, No cabe duda que un viaje es una escuela, pero no es la única, veamos a Kant, quien nunca dejó Konigsberg y ni siquiera llegó a ver el mar; o a Bach, quien pocas veces se alejó de las agujas de la catedral de Leipzig. Lo que sucedió con el Grand Tour fue que el viaje dejó de ser prerrogativa de mercaderes y expedicionarios y cobró un nuevo significado.
Claro, no todos los jóvenes barones y condes aprovecharon este viaje como Robespiere, o Byron o Humboldt. Pero algo tenían en común, había dentro de ellos n sentimiento que se llama “nostalgia del hogar” y se reconoce en muchas lenguas, por ejemplo en inglés Homesickness, en francés Mal du pays, O Heimweh en alemán, son sólo otras maneras de llamar a esa necesidad de retorno, necesidad de contemplar el boleto de regreso que se ha comprado de antemano con la esperanza de que en algún lado existe la tierra firme con su mirada vigilante
El escrito de viajes, posee la característica de quedar fuera de todo género literario, ya que está fuera de la retórica clásica pues evita las figuras de la elocuencia, existe una dualidad en la que el texto referencial tiene por objeto un acercamiento a lo real y el texto ficticio tiene por objeto lo general, sin tener vínculo alguno con lo real, el escrito de viajes está fuera de esta dualidad pues habla de una realidad externa llegando a ser texto ficcional, esa realidad externa es el objeto del viaje; costumbres de los habitantes, nuevas especies de plantas, etc..
El principal problema al tratar de encuadrar el libro de viajes es que no tenemos elementos para comprobar la veracidad de lo que está escrito, sea una autobiografía, un relato o un mero recuento de sucesos, no es hay forma de saber si esos sucesos ocurrieron en realidad fuera de la comprobación que podemos tener de la existencia de dados monumentos o lugares, la vida del autor resulta inaccesible a nadie más que a el mismo y esto da pie a la ficción y a la imaginación, pues ¿Cómo poder describir objetivamente un viajes?, siendo por definición una cadena de sucesos, encuentros, desencuentros, azares y descuidos, la percepción subjetiva del viaje va a privar por sobre todo, nadie espera al abrir un libro de viajes, una mera enumeración de lugares, personas y datos, pues cada viaje es personal y no puede ser experimentado por nadie más, dos personas pueden estar en el mismo lugar y vivir experiencias sumamente distintas, pueden estar interesadas o desinteresadas en lo que ven o no tener ningún conocimiento previo del lugar que visitan, o también pueden saber todo lo que hay que saber de dicho lugar, excepto, por supuesto la propia experiencia de estar allí.
El escritor que viaja, y deja testimonio de lo que ve y vive, tiene un gran exponente en Claudio Magris, Italiano, nacido en 1939, en “El Danubio”, el hilo conductor del libro lo constituye un viaje a lo largo del Danubio, un río que aglomera en sus orillas todo un crisol de pueblos y culturas que conforman la mitteleuropa, que vivieron su esplendor en el Imperio Austrohúngaro.
El Danubio es un conjunto de miniaturas que poco a poco van formando algo mucho más grande, entre la descripción de una taberna o el museo alemán de los relojes de Furtwagen donde Magris no se pregunta sobre los interrogantes metafísicos de Aristóteles y San Agustín sobre el tiempo, sino en incongruencias y deformidades cronológicas más modestas, por ejemplo, cómo es posible que para una persona el emperador Francisco José pueda resultar contemporáneo por en la villa en que habita se tropieza con las huellas de su presencia a cada paso, y para otra persona en razón de su ciudad natal puede resultar un personaje del pasado remoto.
En Magris es a mi parecer donde se identifican más claramente la literatura y el viaje, no el viaje circular que tiene un boleto de retorno a casa, que significa volver para descubrir que el único que ha cambiado es el que viaja, sino un viaje rectilíneo e “infinito”, una línea recta que tiene final sólo en la muerte, vivir, viajar y escribir son tres facetas de una única experiencia, con pluma en mano el escritor es un cartógrafo que va trazando a su gusto y parecer el mapa de sus recuerdos.
Entre tantos lugares visitados Magris encuentra en cada uno de ellos referencias culturales y literarias, y es esto lo que vuelve tan rica la exposición, por ejemplo en Eisendstadt, hogar natal de Haydn y de su tumba, donde hay un museo dedicado a su vida, Magris nos recuerda que en 1776 un periódico local definía la música de Haydn como una agua pura y clara, comparándola con la poesía de Gellert (un escritor cuya obra a lo mucho es hoy conocida por los profesores de filología germánica), menciona Magris que Haydn escribió música sin dobleces, sin tonalidades oscuras, sin sombras, una tranquilidad que le permitió vivir sin temor a las bombas francesas durante el sitio de Viena, diciendo “donde está Haydn no puede pasar nada”, con la seguridad del hombre totalmente libre y decidido, que según Freud en su inconsciente sabe que nada puede amenazarle.
Encuentra Magris tantos puntos de referencia, tantas cosas de que hablar cuando se encuentra en cualquier punto de la mitteleuropa, que nos queda la impresión de tener a nuestro favor tablas a las cuales agarrarse dentro del inmenso mar, con su vasta cultura nos lleva de la mano por el Danubio y nos hace ver, a través de sus ojos, pero con mirada clara el alma eslava o germánica, en fin, una civilización que comparte un pasado común y no lo sabe.
La clave que permite distinguir el viaje del mero consumismo turístico es la clave literaria, vivir es viajar y viajar significa escribir, reunir imágenes que van pasando y que de no ser relatadas, descritas, para que la gente se las imagine como quiera, se quedarían en la nada, como un mero recuerdo. Por cierto el objeto que a mi parecer distingue un turista de un viajero es precisamente este, el turista lleva una cámara que es su objeto esencial en todo viaje, el viajero prefiere un diario de viaje, en donde vaya plasmando la sutil transformación que es viajar, el turista, acaso, solo pretende presumir que estuvo allí.
Danubio ofrece unidad de percepción, a podemos hablar de la civilización Danubiana, según Carlos Ortiz de Landázuri, es una novela fluvial, de frontera meta literaria, meta histórica, metafísica, teológica. Claudio Magris acometió este proyecto narrativo como culminación de una trayectoria intelectual de especialista en literatura germánica. La magnitud de la empresa está motivada en gran parte por su singularidad, narrando sucesivos tramos del río desde su nacimiento hasta sus cinco desembocaduras, pasando por ocho regiones: Alemania, Wachau, Viena, Eslovaquia, Hungría, Banato y Transilvania, Bulgaria y Rumania. Es también una novela meta literaria que rinde un homenaje a los autores más representativos de las diversas minorías étnicas y culturales danubianas como Heidegger, Stiller, Freud, Wagner, y un largo etcétera. Es una novela meta histórica por que el viejo imperio absbúrgico y sus devenires son una metáfora del calidoscopio que constituye la historia mundial.
Dice Magris, que es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la propia existencia, la nada que de repente nos sorprende y absorbe todo, dejando una desolación y una insignificancia infinitas. El viajero llena ese vacío cuando lee y anota los nombres en las estaciones que deja atrás con su tren, en las esquinas de las calles adonde le llevan sus pasos, y avanza un poco aliviado, satisfecho por ese orden y ritmo de la nada.

Bibliografía

1.- Claudio Magris, “El Danubio” Ed. Anagrama, Séptima Edición 2004
2.- Claudio Magris “El infinito viajar”, Ed. Anagrama, Primera Edición, marzo 2008.

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